27 de abril de 2012

CAMBIO GLOBAL. IMPACTO DE LA ACTIVIDAD HUMANA SOBRE EL SISTEMA TIERRA



Este libro, publicado originalmente en el año 2006, contiene un interesante análisis de cómo la sociedad tecnoindustrial está alterando profundamente la naturaleza. Por supuesto que los científicos que lo han escrito no se expresan en estos términos. En primer lugar, los problemas que ellos asocian a la “actividad humana” sin más, están realmente asociados, directa o indirectamente, a la sociedad tecnoindustrial. Son la producción, el consumo y la utilización de tecnologías complejas a gran escala los que están provocando los desbarajustes y las consecuencias destructivas, repito de modo directo o indirecto, de las que se habla en este libro. En segundo lugar, estos científicos utilizan el concepto de “sistema Tierra”, más aséptico y respetable científicamente hablando. Indudablemente, la Tierra es un sistema en el que incontables elementos se interrelacionan participando en las dinámicas y los ciclos de funcionamiento de la naturaleza permitiendo la vida que, a su vez, participa decisivamente en todo el sistema. Pero la cuestión es qué valor se le da a este sistema Tierra. El libro adopta una postura clara: le da un valor meramente instrumental. La Tierra tiene valor en tanto que proporciona “recursos y servicios” a los humanos del presente y a las generaciones futuras (de humanos, claro). Es una perspectiva claramente antropocéntrica o antropocentrista: lo que ocurre con la naturaleza sólo merece atención y preocupación en función de las consecuencias que pueda tener para los seres humanos.
Pero no nos adelantemos. El libro habla del cambio global y los siguientes fragmentos pueden servir como resumen:

«El término cambio global define al conjunto de cambios ambientales afectados por la actividad humana, con especial referencia a cambios en los procesos que determinan el funcionamiento del sistema Tierra. Se incluyen en este término aquellas actividades que, aunque ejercidas localmente, tienen efectos que trascienden el ámbito local o regional para afectar el funcionamiento global del sistema Tierra. El cambio climático se refiere al efecto de la actividad humana sobre el sistema climático global, que siendo consecuencia del cambio global afecta, a su vez, a otros procesos fundamentales del funcionamiento del sistema Tierra. La interacción entre los propios sistemas biofísicos entre sí y entre éstos y los sistemas sociales, para amplificar o atenuar sus efectos, es una característica esencial del cambio global que dificulta la predicción de su evolución.» (Pág. 23)
« (…), hay dos características del cambio global que hacen que los cambios asociados sean únicos en la historia del planeta: en primer lugar, la rapidez con la que este cambio está teniendo lugar, con cambios notables (…) en espacios de tiempo tan cortos para la evolución del planeta como décadas; y en segundo lugar, el hecho de que una única especie, el Homo sapiens, es el motor de todos estos cambios.» (Pág. 24)
«Las claves del cambio global en el Antropoceno se han de buscar en la conjunción de dos fenómenos relacionados: el rápido crecimiento de la población humana y el incremento, apoyado en el desarrollo tecnológico, en el consumo de recursos per cápita por la humanidad. El crecimiento de la humanidad es un proceso imparable desde la aparición de nuestros ancestros en el planeta (…). El crecimiento de la población humana conlleva un aumento de los recursos, alimento, agua, espacio y energía consumidos por la población humana. Dado que los recursos del planeta Tierra son finitos, es evidente que ha de existir un techo a la población humana.» (Pág. 24-25)
«El crecimiento de la población humana es, sin duda, un componente fundamental de la creciente influencia de nuestra especie sobre los procesos que regulan el funcionamiento de la biosfera. Sin embargo, el crecimiento de la población ha ido acompañado de un rápido incremento en el consumo per cápita de recursos tales como territorio, agua y energía. El consumo de territorio ha supuesto una conversión de ecosistemas sin perturbar, que la humanidad ha usado y usa como recolectores, a ecosistemas domesticados como pastizales o campos de cultivo, o ecosistemas totalmente antropizados como zonas urbanas. La transformación del territorio es un proceso que se inició con el desarrollo de la agricultura, hace unos 10.000 años, pero que se ha acelerado tras la revolución industrial, con el aumento explosivo de la población humana y el desarrollo de maquinaria pesada capaz de transformar grandes superficies en plazos cortos de tiempo. Desde 1700 hasta el presente la superficie domesticada ha aumentado de un 6% a un 40% de la superficie terrestre, con un dominio de la conversión a pastizales (…). El rápido crecimiento de zonas urbanas supone aún una pequeña fracción del territorio transformada, ya que las áreas urbanas ocupan aproximadamente un 2% del territorio del planeta. El consumo de agua se incrementó por un factor de 10, pasando de unos 600 a más de 5.200 km3 anuales durante el siglo XX, a lo que contribuyó el aumento del consumo per cápita de agua desde 350 a 900 m3 anuales. (…) el uso de energía per cápita se ha multiplicado por 15 desde la Revolución Industrial, con el desarrollo del transporte y la extensión de la climatización de los espacios habitados.» (Págs. 26-27)
Los capítulos más interesantes del libro son el cuarto y el quinto, “La maquinaria de la biosfera” y “La maquinaria de la biosfera en el Antropoceno” respectivamente. Su lectura merece la pena. De ellos, se pueden rescatar los siguientes párrafos:

«Los procesos físicos, químicos y biológicos que tienen lugar en el sistema Tierra están conectados entre sí y entre la Tierra, océano y atmósfera. La maquinaria de la biosfera ha venido funcionando dentro de dominios caracterizados por límites bien definidos y patrones periódicos. Sin embargo, este funcionamiento está siendo perturbado como consecuencia de la actividad humana.» (Pág. 31)

« (…) el cambio global es más que un cambio climático: a lo largo de los últimos siglos, las actividades humanas han conllevado efectos importantes y diversos para los sistemas naturales. Por sistemas naturales cabe entender no solamente los ecosistemas confinados geográficamente, que en muchos casos han visto modificados su extensión y dinámica de funcionamiento, sino también los grandes compartimentos ambientales (atmósfera, océanos, aguas continentales, suelos, masas forestales), cuyos flujos de energía y materia determinan el funcionamiento del planeta. Los cambios recientes en los ciclos de los elementos, por ejemplo, son tan profundos que podríamos hablar de una nueva era geológica en la historia de nuestro planeta, el Antropoceno que habría empezado a finales del siglo XVIII con el invento de la máquina de vapor, el inicio de la industrialización con combustibles fósiles, la explosión demográfica y el inicio del aumento de las concentraciones de CO2 y metano en la atmósfera. En este capítulo se presenta el impacto de la actividad humana sobre los motores de la biosfera en el Antropoceno.» (Pág. 43)
El capítulo 9, “¿Cómo afrontar el cambio global? Mitigación y adaptación al cambio global”, contiene una serie de puntos muy discutibles. Centrándonos en lo más importante y controvertido, hay tres aspectos principales que comentar: la propuesta de gestión de la resiliencia, el papel de la ciencia y de la tecnología y los manuales de buenas prácticas. El primero de ellos gira en torno a la idea de resiliencia. Por resiliencia se entiende “la capacidad de un sistema ecológico de conservar sus funciones mientras soporta perturbaciones” (Pág. 129). Los autores pretenden aplicar ese concepto a los socio-ecosistemas, término que aglutina a las sociedades humanas y a los ecosistemas de los que dependen. Su propuesta consiste en gestionar la capacidad de los socio-ecosistemas de adaptación al cambio global. Lo curioso es que reconocen que ahora mismo desconocen cómo se haría eso. En una muestra de honestidad y sinceridad, reconocen que tendrían que aprender haciendo. Pero recapitulemos por un momento lo que nos están diciendo. Por un lado, son las sociedades humanas actuales las causantes de un cambio a nivel planetario que está destruyendo y degradando la naturaleza y poniendo en peligro a esas mismas sociedades. Por el otro, ofrecen como solución que esas mismas sociedades, sin saber nada de cómo hacerlo, gestionen los ecosistemas que las mantienen para incrementar su capacidad de adaptación. Se trata de una propuesta disparatada. Es como sugerir que el pirómano que incendia una casa sea el encargado de apagar el fuego y le pasásemos una bomba de agua que no sabe utilizar. La sociedad tecnoindustrial es incompatible con la naturaleza salvaje, como ya quedó expuesto en el artículo “Un pensamiento inmaduro” de este mismo número.
Respecto al tema del papel de la ciencia y la tecnología, conviene ir por partes. El papel que los autores asignan al estamento científico de la sociedad actual pasa por alto una cuestión fundamental. Tratan de analizar una serie de problemas más o menos coyunturales (difusión ineficiente del conocimiento científico, saturación de información, hiperespecialización…) que afectan a la ciencia de hoy día; al mismo tiempo que ponen de manifiesto problemas estructurales del quehacer científico. Esa cuestión fundamental es la motivación del quehacer científico. ¿Por qué los científicos se dedican a la ciencia? En sus análisis proporcionan ciertas pistas (como las envidias y las burlas que hay entre científicos en ciertas ocasiones reseñadas por los autores) que apoyan la visión de que la motivación de los científicos responde a la de una actividad sustitutoria (1). La persecución de esta actividad sustitutoria converge con la búsqueda de estatus, poder, recursos económicos o algún otro objetivo. Esto implica que la evolución de la ciencia no se basa puramente en el desarrollo del método científico y su aplicación a la realidad, sino que está influida poderosamente por las necesidades psicológicas de los científicos y de quienes les financian. Esto significa que el estamento científico no es ni neutral ni objetivo a la hora de valorar su propio papel en el cambio global. Y conste que estos comentarios no son una crítica ni una minusvaloración del método científico como método para discernir la verdad.
En cuanto al papel de la tecnología, los autores de este libro comienzan con lo siguiente:

«Todas las sociedades, desde la de cazadores-recolectores a la industrializada, han impactado el medio ambiente biogeofísico generalmente hasta donde su desarrollo tecnológico lo ha permitido. Aún con algunas excepciones, ésta es una ley histórica general.» (Pág. 136)
Pero enseguida se olvidan de esta ‘ley general’. Es muy curioso como, después de enunciar algo tan trascendente e importante, pasen a otros temas a los que no aplican esa ‘ley general’. ¿Cómo encaja el desarrollo de las tecnologías “limpias” en esa ley? Ni una palabra. ¿Por qué el desarrollo de tecnologías “limpias y socialmente justas”, siendo industria pesada, no va a impactar negativamente sobre el medio natural? Ni una palabra. Se quedan en comparar estas tecnologías con las tecnologías “sucias” y en lamentar las trabas burocráticas, sociales y políticas que les queda por superar a esas “maravillas”. No entraré a discutir esa “ley histórica general” aquí, pero sí me gustaría llevar la atención del lector hacia el problema del desarrollo tecnológico en la sociedad tecnoindustrial. La predominancia del sistema tecnológico en la sociedad actual implica que no se puede elegir así como así la dirección en la que va ésta. Esa predominancia traslada unas características a la sociedad que no son modificables (por ejemplo, la tendencia al crecimiento). Ya se mencionó antes la incompatibilidad entre la sociedad tecnoindustrial y la naturaleza salvaje, pero hay que insistir en que es un hecho clave en todo este asunto. Se puede perfectamente establecer para este caso una analogía con el caso del yonqui que se acerca a la gente en una estación de autobuses pidiendo dinero con la excusa de realizar un viaje a una clínica de desintoxicación. Para apoyar su credibilidad, lleva en la mano una fotocopia mal hecha y arrugada de la publicidad de una clínica de esa clase. Si le diésemos dinero, ya sabríamos en qué se lo iba a gastar. Pues, algo similar ocurre con la sociedad actual, es adicta a la tecnología y al consumo de energía y, sin embargo, se presenta como solución a los problemas que genera su propia adicción. Al igual que el yonqui, la ayuda que le demos irá destinada a pagar su adicción. Por cierto, que uno de los papeles que juega la ciencia en la actualidad es el de un sistema de alarma para la sociedad tecnoindustrial. En la analogía anterior, sería el colega del yonqui que le avisa cuando viene la policía o la seguridad privada.
Por último, confiar en los manuales de buenas prácticas y su aplicación en empresas, medios de comunicación, equipos de investigación científica, etc., aparte de pecar de ingenuidad y buenas intenciones, no se ajusta a la realidad del funcionamiento de esas organizaciones. Si hiciéramos un análisis minucioso, científico si se quiere, del funcionamiento de las grandes organizaciones en la sociedad actual, desecharíamos toda esperanza en las buenas intenciones. Analizando una gran organización como un sistema, comprobaríamos en primer lugar que su objetivo prioritario es su propia supervivencia en un contexto dado al precio que sea. Esto significa emplear los medios oportunos -los más ventajosos en cada momento- y, si estos entran en conflicto con las buenas prácticas ecológicas, no es difícil adivinar por cuáles optará esa gran organización. Y aunque no los adoptase en un primer momento, la presión de sus competidores la obligarían a hacerlo. Es cierto, sin embargo, que ciertas organizaciones adoptan manuales de buenas prácticas, pero cabe preguntarse seriamente por qué los han adoptado y si todas las grandes organizaciones pueden realmente adoptarlos.
En el año 2009, este libro fue reeditado ampliando y revisando algunos de sus datos.
La edición del 2006 se puede encontrar en pdf aquí.

(1) Véanse “Los motivos de los científicos” en La sociedad industrial y su futuro, Ediciones. Isumatag, 2011, págs. 67-69 y “Letter to Peter Bell”, Ted Kaczynski, 16 de mayo de 2009 y 30 de julio de 2009.