2 de mayo de 2013

UN PENSAMIENTO INMADURO (6ª PARTE)


Comentarios finales

A lo largo de este artículo, han ido saliendo bastantes ideas que difícilmente pueden resumirse en unos pocos párrafos. Así que solamente quedarán destacadas algunas. Para empezar, la postura adoptada aquí respecto a la naturaleza consiste en tomar como valor fundamental la autonomía de la naturaleza salvaje. De ahí como punto de partida, ha quedado constatado que la sociedad tecnoindustrial es incompatible con ella. No hay manera de conciliar las tendencias intrínsecas de una con las tendencias intrínsecas de otra. Las implicaciones de esto son claras: es necesario el fin de la sociedad tecnoindustrial para preservar y recuperar la autonomía de lo salvaje. Sin embargo, no es habitual llegar a tales conclusiones. Esto posiblemente se deba a nuestra limitada capacidad de raciocinio. Como animales parcialmente racionales, los humanos no nos movemos bien en las valoraciones generales y abstractas, ni siquiera en la sociedad actual que tiene desarrollados métodos para tales tareas. Si además están involucrados nuestros sentimientos y necesidades psicológicas, nuestro razonar se ve más entorpecido todavía. Se hacen valoraciones partiendo de puntos de vista personales, generalizaciones a la vista de escasos datos, etc., de modo que no sólo se cae en la irracionalidad sino que se trata con ello de cumplir con ciertas expectativas y convenciones sociales o de acceder a satisfacer ciertas necesidades psicológicas. En otros lugares de este artículo, se mencionaron el caso de las actividades sustitutorias y del izquierdismo, así como ciertos resortes de las tendencias humanas dados por nuestra naturaleza. No obstante, todos estos entorpecimientos no son un impedimento absoluto, algunos defendemos esas conclusiones.
En mi opinión, conviene albergar mucho escepticismo acerca de la posibilidad de que el ecologismo mute sus posiciones sobre la naturaleza de la sociedad tecnoindustrial, la naturaleza humana o el sistema tecnológico. Las razones de ello han ido asomando aquí y allá y podrían resumirse en “así viene rodado”. Una dinámica de una organización o de un movimiento no se modifica con argumentaciones racionales, muy a pesar de humanistas con su idea de ser humano como ser racional. Una prueba de ello es la existencia de organizaciones o movimientos centenarios que resisten muy bien en sus estupideces y chaladuras.
El sistema tecnológico, el esqueleto y la musculatura de la sociedad tecnoindustrial, ha sido descrito aquí como un sistema predominante, cohesionado y expansivo. Estas características señalan puntos críticos en los problemas que causa la sociedad tecnoindustrial:

  • el sistema tecnológico marca la pauta en la evolución de esta sociedad, por encima de cualquier otro factor,
  •  no es posible separar y seleccionar unas partes “mejores” sin que vayan acompañadas de otras partes “peores”,
  • el sistema tecnológico alimenta la dinámica de crecimiento y expansión que tanto está perjudicando a la naturaleza salvaje.

Este análisis tiene muy poco que ver con aquellos que centran su crítica en los excesos de la opulencia y en el derroche de “recursos”, es decir, los que señalan la grasa de más que hay en el cuerpo, cuando los problemas se extienden por todo él.
¿Cómo se relaciona el sistema tecnológico con la naturaleza salvaje? Intentando captar, y extraer tanta energía y tantas “materias primas”, respectivamente, como sea posible. Esto significa intervenir de forma profunda en los ciclos de autorregulación de los ecosistemas y, para obtener energía y materias primas de forma continuada, estable y en cantidades crecientes, tiende a gestionarlos, a domesticar la naturaleza como conjunto y a trastocar seriamente los procesos de evolución natural. Un ejemplo significativo de esto es la gestión hidráulica de un número creciente de ríos del planeta.
¿Cómo logra el sistema tecnológico que sus tendencias de desarrollo prevalezcan? Entre otras cosas, el desarrollo tecnológico modifica lo que es ventajoso y lo que es desventajoso en las decisiones de los individuos. Estos, cuando una nueva tecnología se introduce en la sociedad, perciben, de un modo u otro, tarde o temprano, que los costes y los beneficios vinculados al campo donde se aplica esa tecnología han cambiado. La relación costes-beneficios se ve trastocada y las decisiones se inclinan hacia la nueva tecnología ya sea por la eficiencia de esa tecnología, por la dependencia generada a la sociedad, por una campaña de marketing eficaz (basada en promesas de eficiencias y mejoras), etc. Una vez adoptada una tecnología de esta manera es muy difícil abandonarla y volver a la etapa de costes-beneficios precedente. Pensemos en las dificultades que conllevaría la vuelta a un vehículo de tracción animal en las circunstancias actuales. Esta es la forma más accesible para los individuos de observar la importancia del desarrollo tecnológico, sin embargo, el sistema tecnológico evoluciona y se desarrolla con una inercia que no está en muchas ocasiones al alcance de decisiones individuales. No sólo porque estas decisiones puedan no ser relevantes ni afectar al proceso global, sino que los hechos importantes ni siquiera sean objeto de decisiones de los individuos. O, si se prefiere, hablaríamos de comportamiento individual en vez de toma de decisiones puesto que los humanos, según parece, emprendemos en muchísimas ocasiones nuestras acciones sin realizar antes un proceso de toma de decisión racional. Nuestra mente no sólo se guía por los análisis más o menos lógicos, sino que además se ve empujada por tendencias innatas, tendencias no conscientes, etc. Sea como sea, la inercia del sistema tecnológico también repercute en el conjunto de la sociedad en aspectos fundamentales. Esto significa simplemente que su modo de funcionar empuja a la sociedad hacia determinadas direcciones. Como esto irremediablemente está relacionado con el comportamiento humano, con las decisiones individuales y con las decisiones de grandes organizaciones e instituciones, puede parecer que el problema radica en lo que la gente decide, desea o hace y en decisiones empresariales o políticas, cuando tiene orígenes más profundos y complejos.
El desarrollo tecnológico se justifica muy a menudo como una muestra de libertad, en el sentido de que puede ser fruto de la creatividad e iniciativa de algún inventor o que ofrece nuevas posibilidades y opciones a quien utilice sus aparatos. En este sentido,  ‘libertad’ se entiende como elección entre múltiples posibilidades, cuantas más posibilidades mayor libertad. Es un sentido del término que tiene cierta trampa, puesto que no entra en el meollo: decidir en qué. Si nos fijamos, la tendencia principal que alimenta esta manera de entender la libertad se dirige hacia generar nuevas posibilidades de elección en un mundo virtual, al mismo tiempo que en el mundo más mundano y menos computerizado aumentan paulatinamente las restricciones, las cuales van irremediablemente asociadas al desarrollo tecnoindustrial. ¿Decidir en qué? El meollo debería residir en el cuarto elemento del “proceso de poder”: la autonomía. Una autonomía que, como potencialidad, nuestra especie recibió en herencia del mundo al que pertenecemos en el fondo, la naturaleza salvaje. Todos los gadgets del mundo no van a cambiar eso y, mientras la sociedad tecnoindustrial continúe existiendo, no habrá espacio para la libertad de verdad e importante, malamente para su copia virtual.