28 de julio de 2013

¿Tenía Unabomber razón? (II)



Si alguien aún imagina que podría ser posible reformar el sistema de modo que la libertad sea protegida de la tecnología, debería considerar lo torpe y, en la mayoría de los casos, ineficientemente que nuestra sociedad ha hecho frente a otros problemas sociales que son mucho más simples y manejables. Entre otros, el sistema ha fracasado en los intentos de parar la degradación ambiental, la corrupción política, el tráfico de drogas o la violencia doméstica.

El Manifiesto de Unabomber está centrado en la demostración de cómo el desarrollo tecnológico implica una grave amenaza para la libertad, amenaza que no se podrá contener con regulaciones y leyes del actual sistema social. Si bien la idea de libertad defendida en el Manifiesto está ya desarrollada allí (en el apartado “La naturaleza de la libertad”), otros problemas generados por el desarrollo tecnológico han sido analizados y reconocidos por Ted Kaczynski, el cual los enumera parcialmente en una de sus cartas que se han hecho públicas (1). Un listado que como mínimo debería generar preocupación. “El progreso tecnológico –escribe Kaczynski- acarrea demasiados problemas con demasiada rapidez. Incluso si hacemos la suposición extremadamente optimista de que cualquiera de los problemas pudiera solucionarse mediante una reforma, no es realista suponer que todos los problemas más importantes pueden solucionarse mediante reformas y a tiempo.” (2) En comparación con problemas sociales (corrupción política, tráfico de drogas, violencia doméstica, etc.), el problema del deterioro de la naturaleza causado por la sociedad tecnoindustrial es importantísimo. En otra ocasión ya se trató aquí por qué la sociedad actual es incapaz de detener los daños a la naturaleza (Otra cumbre más para salvar la Tierra). Esta vez puede ser interesante señalar algunos testimonios de profesionales o estudiosos de la conservación de la naturaleza que ponen de manifiesto las grandes dificultades que tiene esa meta para integrarse en el funcionamiento del sistema social actual y en la propia dinámica autónoma de la naturaleza:



Berta Martín-López escribía por su parte: “Nuestra afinidad innata por determinados seres vivos viene determinada por factores emotivos como la proximidad filogenética de los mismos al ser humano o la semejanza física con nuestros recién nacidos (formas redondeadas, frentes abultadas u ojos grandes). El etólogo Konrad Lorenz ya explicaba en 1950 el mecanismo por el cual el ser humano establece lazos afectivos con animales de aspecto infantil. Ello resulta positivo, puesto que favorece que la sociedad apruebe y promueva la conservación de la biodiversidad. Sin embargo, aumenta el riesgo de que tan irracionales criterios acaben rigiendo las políticas de conservación de especies (los actuales presupuestos de conservación de vertebrados muestran cierta relación con caracteres morfológicos que recuerdan a nuestros bebés). […] Nos encontramos en un bucle de realimentación positiva donde solo unas pocas especies de aves acuáticas, rapaces y mamíferos se consideran prioritarias a nivel político, científico y social. Sin embargo, no son precisamente estas especies carismáticas las responsables del mantenimiento de la mayoría de los procesos ecológicos de los cuales dependen los servicios que la biodiversidad suministra a la sociedad humana. La polinización, la fertilización del suelo, el control de la erosión o la depuración del agua no dependen principalmente de los mamíferos ni de las aves, sino de microorganismos, plantas o invertebrados, grupos que despiertan escaso interés político, científico y social. Así pues, invertir la mayor parte de los recursos en los grandes vertebrados no solo pone en riesgo la conservación de la biodiversidad, sino también el flujo de servicios de ecosistemas de los cuales depende el bienestar de la sociedad.” (3) Dejando a un lado la perspectiva antropocéntrica de la autora (“la naturaleza es valiosa porque proporciona servicios a la sociedad, no por sí misma y para sí misma” vendría a ser el razonamiento subyacente), estos testimonios recogen algunas de las señales que consolidan la idea de que la sociedad tecnoindustrial es incapaz de ser compatible con la naturaleza salvaje y sus procesos de evolución. Bien sea por la parcialidad de las instituciones humanas y de los gestores científicos y políticos, por el desconocimiento, por las consecuencias imprevistas que aparecen en los sistemas complejos, por la tendencia expansiva del desarrollo tecnológico y de la sociedad tecnológica global o por alguna otra razón, no es una conclusión sólida defender que este sistema social solucionará los problemas de la degradación ecológica. Más bien es una conclusión que hace aguas. Un dato que lo ilustra bien es la proyección de superficie urbana mundial que se hará necesaria dentro de 20 años según las tendencias demográficas de la población humana actual. Se estima que la superficie adicional urbana serásimilar a las superficies de Alemania, Francia y España juntas (1,5 millones de km2). Las consecuencias de esta continuación del desarrollo de la civilización tecnoindustrial son más o menos las esperables y de sobra conocidas, a las que habrá que añadir las no previstas e inesperadas (como lo que ahora se sabe sobre ciertos productos químicos que llevan décadas elaborándose).  

El desarrollo tecnológico acarrea demasiados nuevos problemas con demasiada rapidez. No es posible para el sistema social actual solucionarlos, por tanto, es necesario tomar la solución drástica: acabar con la sociedad tecnoindustrial antes de que ella acabe con la naturaleza salvaje y con los humanos tal y como los conocemos hoy (un resultado de los mismos procesos de la selección natural).

Notas

(1) “Letter to David Skrbina, March 17, 2005” en Technological Slavery, Feral House, 2010, Págs. 308-329.
(2) “Letter to David Skrbina, March 17, 2005” en Technological Slavery, Feral House, 2010, Pág. 317. Traducción propia.
(3) “De linces y hongos”, Berta Martín-López, Investigación y Ciencia, nº 425, febrero 2012. La importancia de los grandes vertebrados, y en concreto los grandes depredadores, en el funcionamiento de los ecosistemas no es tan trivial como parece insinuar esta autora. Véase, por ejemplo, ¿Por qué son importantes los grandes depredadoresen los ecosistemas?